sábado, 24 de septiembre de 2016

Lengua y Lit. 2º ESO

LENGUA Y LITERATURA 2º ESO

Libro de Texto


Vamos a trabajar con este libro de texto secuenciado por trimestres. Precisarás además una libreta o archivador para realizar tus ejercicios.

¡Ánimo! No te quedes con dudas! Pregunta siempre a tu profesora. Atiende en clase, trabaja un poco a diario y llegarás a buen puerto a fin de curso.







Libro de lectura
Este primer trimestre vamos a leer la novela de César Mallorquín, Las Lágrimas de Shiva. Puedes descargarla en este ENLACE.
Guía de lectura: Vamos a trabajar con esta guía y relizaremos las actividades propuestas AQUÍ

GUÍA LECTURA LAS LÁGRIMAS DE SHIVA


Lecturas

Comenzaremos con el cuento XXXV de El Conde de Lucanor de Don Juan Manuel.


Cuento XXXV El conde Lucanor

  • Don Juan Manuel

De lo que aconteció a un mozo que casó con una muchacha de muy mal carácter
Otra vez, hablando el conde Lucanor con Patronio, su consejero, díjole así:
-Patronio, uno de mis deudos me ha dicho que le están tratando de casar con una mujer muy rica y más noble que él, y que este casamiento le convendría mucho si no fuera porque le aseguran que es la mujer de peor carácter que hay en el mundo. Os ruego que me digáis si he de aconsejarle que se case con ella, conociendo su genio, o si habré de aconsejarle que no lo haga.
-Señor conde -respondió Patronio-, si él es capaz de hacer lo que hizo un mancebo moro, aconsejadle que se case con ella; si no lo es, no se lo aconsejéis.
El conde le rogó que le refiriera qué había hecho aquel moro.
Patronio le dijo que en un pueblo había un hombre honrado que tenía un hijo que era muy bueno, pero que no tenía dinero para vivir como él deseaba. Por ello andaba el mancebo muy preocupado, pues tenía el querer, pero no el poder.
En aquel mismo pueblo había otro vecino más importante y rico que su padre, que tenía una sola hija, que era muy contraria del mozo, pues todo lo que éste tenía de buen carácter, lo tenía ella de malo, por lo que nadie quería casarse con aquel demonio. Aquel mozo tan bueno vino un día a su padre y le dijo que bien sabía que él no era tan rico que pudiera dejarle con qué vivir decentemente, y que, pues tenía que pasar miserias o irse de allí, había pensado, con su beneplácito, buscarse algún partido con que poder salir de pobreza. El padre le respondió que le agradaría mucho que pudiera hallar algún partido que le conviniera. Entonces le dijo el mancebo que, si él quería, podría pedirle a aquel honrado vecino su hija. Cuando el padre lo oyó se asombró mucho y le preguntó que cómo se le había ocurrido una cosa así, que no había nadie que la conociera que, por pobre que fuese, se quisiera casar con ella. Pidióle el hijo, como un favor, que le tratara aquel casamiento. Tanto le rogó que, aunque el padre lo encontraba muy raro, le dijo lo haría.
Fuese en seguida a ver a su vecino, que era muy amigo suyo, y le dijo lo que el mancebo le había pedido, y le rogó que, pues se atrevía a casar con su hija, accediera a ello. Cuando el otro oyó la petición le contestó diciéndole:
-Por Dios, amigo, que si yo hiciera esto os haría a vos muy flaco servicio, pues vos tenéis un hijo muy bueno y yo cometería una maldad muy grande si permitiera su desgracia o su muerte, pues estoy seguro que si se casa con mi hija, ésta le matará o le hará pasar una vida mucho peor que la muerte. Y no creáis que os digo esto por desairaros, pues si os empeñáis, yo tendré mucho gusto en darla a vuestro hijo o a cualquier otro que la saque de casa.
El padre del mancebo le dijo que le agradecía mucho lo que le decía y que, pues su hijo quería casarse con ella, le tomaba la palabra.
Se celebró la boda y llevaron a la novia a casa del marido. Los moros tienen la costumbre de prepararles la cena a los novios, ponerles la mesa y dejarlos solos en su casa hasta el día siguiente. Así lo hicieron, pero estaban los padres y parientes de los novios con mucho miedo, temiendo que al otro día le encontrarían a él muerto o malherido.
En cuanto se quedaron solos en su casa se sentaron a la mesa, mas antes que ella abriera la boca miró el novio alrededor de sí, vio un perro y le dijo muy airadamente:
-¡Perro, danos agua a las manos!
El perro no lo hizo. El mancebo comenzó a enfadarse y a decirle aún con más enojo que les diese agua a las manos. El perro no lo hizo. Al ver el mancebo que no lo hacía, se levantó de la mesa muy enfadado, sacó la espada y se dirigió al perro. Cuando el perro le vio venir empezó a huir y el mozo a perseguirle, saltando ambos sobre los muebles y el fuego, hasta que lo alcanzó y le cortó la cabeza y las patas y lo hizo pedazos, ensangrentando toda la casa.
Muy enojado y lleno de sangre se volvió a sentar y miró alrededor. Vio entonces un gato, al cual le dijo que le diese agua a las manos. Como no lo hizo, volvió a decirle:
-¿Cómo, traidor, no has visto lo que hice con el perro porque no quiso obedecerme? Te aseguro que, si un poco o más conmigo porfías, lo mismo haré contigo que hice con el perro.
El gato no lo hizo, pues tiene tan poca costumbre de dar agua a las manos como el perro. Viendo que no lo hacía, se levantó el mancebo, lo cogió por las patas, dio con él en la pared y lo hizo pedazos con mucha más rabia que al perro. Muy indignado y con la faz torva se volvió a la mesa y miró a todas partes. La mujer, que le veía hacer esto, creía que estaba loco y no le decía nada.
Cuando hubo mirado por todas partes vio un caballo que tenía en su casa, que era el único que poseía, y le dijo lleno de furor que les diese agua a las manos. El caballo no lo hizo. Al ver el mancebo que no lo hacía, le dijo al caballo:
-¿Cómo, don caballo? ¿Pensáis que porque no tengo otro caballo os dejaré hacer lo que queráis? Desengañaos, que si por vuestra mala ventura no hacéis lo que os mando, juro a Dios que os he de dar tan mala muerte como a los otros; y no hay en el mundo nadie que a mí me desobedezca con el que yo no haga otro tanto.
El caballo se quedó quieto. Cuando vio el mancebo que no le obedecía, se fue a él y le cortó la cabeza y lo hizo pedazos. Al ver la mujer que mataba el caballo, aunque no tenía otro, y que decía que lo mismo haría con todo el que le desobedeciera, comprendió que no era una broma, y le entró tanto miedo que ya no sabía si estaba muerta o viva.
Bravo, furioso y ensangrentado se volvió el marido a la mesa, jurando que si hubiera en casa más caballos, hombres o mujeres que le desobedecieran, los mataría a todos. Se sentó y miró a todas partes, teniendo la espada llena de sangre entre las rodillas.
Cuando hubo mirado a un lado y a otro sin ver a ninguna otra criatura viviente, volvió los ojos muy airadamente hacia su mujer y le dijo con furia, la espada en la mano:
-Levántate y dame agua a las manos.
La mujer, que esperaba de un momento a otro ser despedazada, se levantó muy de prisa y le dio agua a las manos.
Díjole el marido:
-¡Ah, cómo agradezco a Dios el que hayas hecho lo que te mandé! Si no, por el enojo que me han causado esos majaderos, hubiera hecho contigo lo mismo.
Después le mandó que le diese de comer. Hízolo la mujer. Cada vez que le mandaba una cosa, lo hacía con tanto enfado y tal tono de voz que ella creía que su cabeza andaba por el suelo. Así pasaron la noche los dos, sin hablar la mujer, pero haciendo siempre lo que él mandaba. Se pusieron a dormir y, cuando ya habían dormido un rato, le dijo el mancebo:
-Con la ira que tengo no he podido dormir bien esta noche; ten cuidado de que no me despierte nadie mañana y de prepararme un buen desayuno.
A media mañana los padres y parientes de los dos fueron a la casa, y, al no oír a nadie, temieron que el novio estuviera muerto o herido. Viendo por entre las puertas a ella y no a él, se alarmaron más. Pero cuando la novia les vio a la puerta se les acercó silenciosamente y les dijo con mucho miedo:
-Pillos, granujas, ¿qué hacéis ahí? ¿Cómo os atrevéis a llegar a esta puerta ni a rechistar? Callad, que si no, todos seremos muertos.
Cuando oyeron esto se miraron de asombro. Al enterarse de cómo habían pasado la noche, estimaron en mucho al mancebo, que así había sabido, desde el principio, gobernar su casa. Desde aquel día en adelante fue la muchacha muy obediente y vivieron juntos con mucha paz. A los pocos días el suegro quiso hacer lo mismo que el yerno y mató un gallo que no obedecía. Su mujer le dijo:
-La verdad, don Fulano, que te has acordado tarde, pues ya de nada te valdrá matar cien caballos; antes tendrías que haber empezado, que ahora te conozco.
Vos, señor conde, si ese deudo vuestro quiere casarse con esa mujer y es capaz de hacer lo que hizo este mancebo, aconsejadle que se case, que él sabrá cómo gobernar su casa; pero si no fuere capaz de hacerlo, dejadle que sufra su pobreza sin querer salir de ella. Y aun os aconsejo que todos los que hubieran de tratar con vos les deis a entender desde el principio cómo han de portarse.
El conde tuvo este consejo por bueno, obró según él y le salió muy bien. Como don Juan vio que este cuento era bueno, lo hizo escribir en este libro y compuso unos versos que dicen así:

Si al principio no te muestras como eres,
no podrás hacerlo cuando tú quisieres.


Ortografía
Vamos a repasar las reglas de acentuación. Fijaos en esta infografía de pinterest:



Libro de lectura
Este primer trimestre vamos a leer la novela de César Mallorquín, Las Lágrimas de Shiva. Puedes descargarla en este en lace.
Guía de lectura: Vamos a trabajar con esta guía y relizaremos las actividades propuestas AQUÍ


Morfología
Para repasar las clases de palabras puedes visualizar el siguiente vídeo:






Para practicar todo lo referente a las categorías gramaticales, vamos a realizar las siguientes actividades interactivas. Pincha AQUÍ para las palabras variables y AQUÍ para las invariables.




El miedo, Ramón del Valle Inclán


Ese largo y angustioso escalofrío que parece mensajero de la muerte, el verdadero escalofrío del miedo, sólo lo he sentido una vez. Fue hace muchos años, en aquel hermoso tiempo de los mayorazgos, cuando se hacía información de nobleza para ser militar. Yo acababa de obtener los cordones de Caballero Cadete. Hubiera preferido entrar en la Guardia de la Real Persona; pero mi madre se oponía, y siguiendo la tradición familiar, fui granadero en el Regimiento del Rey. No recuerdo con certeza los años que hace, pero entonces apenas me apuntaba el bozo y hoy ando cerca de ser un viejo caduco. Antes de entrar en el Regimiento mi madre quiso echarme su bendición. La pobre señora vivía retirada en el fondo de una aldea, donde estaba nuestro pazo solariego, y allá fui sumiso y obediente. La misma tarde que llegué mandó en busca del Prior de Brandeso para que viniese a confesarme en la capilla del Pazo. Mis hermanas María Isabel y María Fernanda, que eran unas niñas, bajaron a coger rosas al jardín, y mi madre llenó con ellas los floreros del altar. Después me llamó en voz baja para darme su devocionario y decirme que hiciese examen de conciencia:
-Vete a la tribuna, hijo mío. Allí estarás mejor…
La tribuna señorial estaba al lado del Evangelio y comunicaba con la biblioteca. La capilla era húmeda, tenebrosa, resonante. Sobre el retablo campeaba el escudo concedido por ejecutorias de los Reyes Católicos al señor de Bradomín, Pedro Aguiar de Tor, llamado el Chivo y también el Viejo. Aquel caballero estaba enterrado a la derecha del altar. El sepulcro tenía la estatua orante de un guerrero. La lámpara del presbiterio alumbraba día y noche ante el retablo, labrado como joyel de reyes. Los áureos racimos de la vid evangélica parecían ofrecerse cargados de fruto. El santo tutelar era aquel piadoso Rey Mago que ofreció mirra al Niño Dios. Su túnica de seda bordada de oro brillaba con el resplandor devoto de un milagro oriental. La luz de la lámpara, entre las cadenas de plata, tenía tímido aleteo de pájaro prisionero como si se afanase por volar hacia el Santo.
Mi madre quiso que fuesen sus manos las que dejasen aquella tarde a los pies del Rey Mago los floreros cargados de rosas como ofrenda de su alma devota. Después, acompañada de mis hermanas, se arrodilló ante el altar. Yo, desde la tribuna, solamente oía el murmullo de su voz, que guiaba moribunda las avemarías; pero cuando a las niñas les tocaba responder, oía todas las palabras rituales de la oración. La tarde agonizaba y los rezos resonaban en la silenciosa oscuridad de la capilla, hondos, tristes y augustos, como un eco de la Pasión. Yo me adormecía en la tribuna. Las niñas fueron a sentarse en las gradas del altar. Sus vestidos eran albos como el lino de los paños litúrgicos. Ya sólo distinguía una sombra que rezaba bajo la lámpara del presbiterio. Era mi madre, que sostenía entre sus manos un libro abierto y leía con la cabeza inclinada. De tarde en tarde, el viento mecía la cortina de un alto ventanal. Yo entonces veía en el cielo, ya oscura, la faz de la luna, pálida y sobrenatural como una diosa que tiene su altar en los bosques y en los lagos…
Mi madre cerró el libro dando un suspiro, y de nuevo llamó a las niñas. Vi pasar sus sombras blancas a través del presbiterio y columbré que se arrodillaban a los lados de mi madre. La luz de la lámpara temblaba con un débil resplandor sobre las manos que volvían a sostener abierto el libro. En el silencio la voz leía piadosa y lenta. Las niñas escuchaban. y adiviné sus cabelleras sueltas sobre la albura del ropaje y cayendo a los lados del rostro iguales, tristes, nazarenas. Habíame adormecido, y de pronto me sobresaltaron los gritos de mis hermanas. Miré y las vi en medio del presbiterio abrazadas a mi madre. Gritaban despavoridas. Mi madre las asió de la mano y huyeron las tres. Bajé presuroso. Iba a seguirlas y quedé sobrecogido de terror. En el sepulcro del guerrero se entrechocaban los huesos del esqueleto. Los cabellos se erizaron en mi frente. La capilla había quedado en el mayor silencio, y oíase distintamente el hueco y medroso rodar de la calavera sobre su almohada de piedra. Tuve miedo como no lo he tenido jamás, pero no quise que mi madre y mis hermanas me creyesen cobarde, y permanecí inmóvil en medio del presbiterio, con los ojos fijos en la puerta entreabierta. La luz de la lámpara oscilaba. En lo alto mecíase la cortina de un ventanal, y las nubes pasaban sobre la luna, y las estrellas se encendían y se apagaban como nuestras vidas. De pronto, allá lejos, resonó festivo ladrar de perros y música de cascabeles. Una voz grave y eclesiástica llamaba:
-¡Aquí, Carabel! ¡Aquí, Capitán…!
Era el Prior de Brandeso que llegaba para confesarme. Después oí la voz de mi madre trémula y asustada, y percibí distintamente la carrera retozona de los perros. La voz grave y eclesiástica se elevaba lentamente, como un canto gregoriano:
-Ahora veremos qué ha sido ello… Cosa del otro mundo no lo es, seguramente… ¡Aquí, Carabel! ¡Aquí, Capitán…!
Y el Prior de Brandeso, precedido de sus lebreles, apareció en la puerta de la capilla:
-¿Qué sucede, señor Granadero del Rey?
Yo repuse con voz ahogada:
-¡Señor Prior, he oído temblar el esqueleto dentro del sepulcro…!
El Prior atravesó lentamente la capilla. Era un hombre arrogante y erguido. En sus años juveniles también había sido Granadero del Rey. Llegó hasta mí, sin recoger el vuelo de sus hábitos blancos, y afirmándome una mano en el hombro y mirándome la faz descolorida, pronunció gravemente:
-¡Que nunca pueda decir el Prior de Brandeso que ha visto temblar a un Granadero del Rey…!
No levantó la mano de mi hombro, y permanecimos inmóviles, contemplándonos sin hablar. En aquel silencio oímos rodar la calavera del guerrero. La mano del Prior no tembló. A nuestro lado los perros enderezaban las orejas con el cuello espeluznado. De nuevo oímos rodar la calavera sobre su almohada de piedra. El Prior se sacudió:
-¡Señor Granadero del Rey, hay que saber si son trasgos o brujas!
Y se acercó al sepulcro y asió las dos anillas de bronce empotradas en una de las losas, aquella que tenía el epitafio. Me acerqué temblando. El Prior me miró sin despegar los labios. Yo puse mi mano sobre la suya en una anilla y tiré. Lentamente alzamos la piedra. El hueco, negro y frío, quedó ante nosotros. Yo vi que la árida y amarillenta calavera aún se movía. El Prior alargó un brazo dentro del sepulcro para cogerla. La recibí temblando. Yo estaba en medio del presbiterio y la luz de la lámpara caía sobre mis manos. Al fijar los ojos las sacudí con horror. Tenía entre ellas un nido de culebras que se desanillaron silbando, mientras la calavera rodaba por todas las gradas del presbiterio. El Prior me miró con sus ojos de guerrero que fulguraban bajo la capucha como bajo la visera de un casco:
-Señor Granadero del Rey, no hay absolución …¡Yo no absuelvo a los cobardes!
Y con rudo empaque salió sin recoger el vuelo de sus blancos hábitos talares. Las palabras del Prior de Brandeso resonaron mucho tiempo en mis oídos. Resuenan aún. ¡Tal vez por ellas he sabido más tarde sonreír a la muerte como a una mujer!
Trabajo
1.- Resume brevemente el argumento.
2.-  Estructura. Fíjate bien en la introducción del cuento; el autor sitúa los hechos en un contexto histórico.
3.- ¿Quién es el narrador?
4.- El cuento está lleno de elementos caaces de producir una atmósfera de miedo. Cita algunos.
5.- ¿Qué opinas del Prior de Brandeso? Descríbelo en unos pocos rasgos.

Gramática




Morfosintaxis.

Para que repases los contenidos vistos en clase, realiza las actividades interactivas que encontrarás en los siguientes enlaces:

Repasar las categorías gramaticales
Reconocer sintagmas
Analizar sintagmas
Contenidos de Lengua de 2º ESO.
Vídeos

El Texto

Vamos a trabajar la tipología textual, características, ejemplos, etc. Y utilizaremos como punto de partida esta excelente página web. Pincha AQUÍ.

Sintaxis

Para ayudaros a comprender bien esta parte de la gramática, podíes visualizar los siguientes vídeos explicativos:
1.- La oración simple
2.- El sujeto:


3.- El predicado:



De H.H.Munro “Saki”, El Ratón

Desde la infancia hasta ya entrada la edad madura, Theodoric Voler había sido criado por una madre solícita cuya única preocupación era mantenerlo a resguardo de lo que llamaba las crudas realidades de la vida. Al morir dejó a Theodoric en un mundo que era tan real como de costumbre y mucho más crudo de lo que él consideraba necesario.

Para un hombre de su temperamento y crianza, aun un viaje por tren estaba colmado de pequeñas molestias y disonancias menores. Y al acomodarse una mañana de septiembre en un compartimento de segunda clase, fue consciente de sentimientos desapacibles y una general crispación mental.

Había estado alojándose en una vicaría de campo cuyos residentes no se habían mostrado por cierto ni brutales ni orgiásticos, pero la supervisión doméstica había adolecido de esa flojera que invita al desastre. El carruaje que debía llevarlo a la estación no fue adecuadamente preparado, y cuando se acercó el momento de la partida, el criado que debía haberlo traído no se encontraba por ninguna parte.

En ésta emergencia, Theodoric, con mudo pero muy intenso disgusto, se vio obligado a colaborar con la hija del vicario en la tarea de uncir al pony, para lo cual fue necesario andar a tientas por un mal iluminado cobertizo al que llamaban establo y que olía como tal, salvo por los trechos en los que olía a ratón.

Sin llegar a temer a los ratones, Theodoric los clasificaba entre los crudos incidentes de la vida y consideraba que la Providencia, con un pequeño esfuerzo de coraje moral, podría haber reconocido desde mucho atrás que no eran indispensables y retirarlos de la circulación.

Al partir el tren de la estación, la nerviosa imaginación de Theodoric lo acuso de exhalar un ligero olor a establo y posiblemente de exhibir una o dos briznas de paja en su traje, habitualmente bien cepillado. Afortunadamente la única ocupante del compartimento, una señora de la misma edad suya aproximadamente, parecía más inclinada la sueño que al escudriñamiento; el tren no debía detenerse hasta llegar a la estación terminal, lo que haría en alrededor de una hora, y el compartimento era uno de esos antiguos, sólo accesibles desde el exterior y sin comunicación ni con otro compartimento ni con corredor alguno, con lo que era posible que ningún otro compañero de viaje irrumpiera en la semiintimidad de Theodoric. Y, sin embargo, apenas había alcanzado el tren su velocidad normal, cuando advirtió a su pesar, pero sin lugar a dudas, que no se encontraba a solas con la dormida señora, ni siquiera se encontraba a solas dentro de sus propias ropas.

Un movimiento cálido y estremecedor junto a su carne, delataba la inoportuna y odiada presencia, invisible pero rotunda, de un ratón que evidentemente había llegado a su presente refugio durante el episodio del pony y sus arneses. Golpecitos y sacudidas furtivas y aun furiosos pellizcos resultaron ineficaces para desalojar al intruso. Theodoric se recostó contra los cojines de su asiento y trató de concebir rápidamente un medio para acabar con esta obligada posesión compartida de sus ropas. Era impensable que durante el curso de toda una hora tuviera que permanecer en la horrible posición de un albergue para ratones errantes (su imaginación ya había doblado por lo menos el número de invasores).

Por otra parte, nada menos drástico que una parcial desnudez lo libraría del torturador, y desvestirse en presencia de una dama, aun con propósito tan laudable, era algo que sólo de pensarlo le hacía arder las orejas de vergüenza. En presencia del bello sexo no había logrado nunca decidirse siquiera a la prudente exposición de unos calcetines calados. Y sin embargo... La dama en este caso, según todas la apariencias, se encontraba profundamente dormida.
El ratón, por otra parte, parecía estar tratando de alcanzar algún record Guinness en velocidad de trepado. Si alguna verdad hay en la teoría de la reencarnación, concretamente en animales, este ratón, sin duda, debió haber sido en una vida previa miembro de un Club de Alpinismo. Algunas veces la ansiedad le hacía perder pie y resbalaba unos centímetros; y luego, asustado o más probablemente indignado, le daba un mordisco.
Theodoric se empeñó en la empresa mas audaz de su vida.

Rojo hasta alcanzar el color de los tomates y sin cesar de lanzar agónicas miradas a su compañera de viaje, aseguró con rapidez y sin ruido los extremos de su manta de viaje a ambos lados del compartimento, de modo que quedó éste dividido por una cortina transversal. En el estrecho cuarto de vestir que así había improvisado, procedió con violenta prisa a despojarse parcialmente, y al ratón totalmente, de las circundantes envolturas de telas de tweed y lana. Cuando el ratón, liberado, saltó al piso frenéticamente, la manta, que se había soltado de ambos extremos, también se vino abajo con un sordo ruido capaz de coagular la sangre en las venas, y casi simultáneamente la señora despertó y abrió los ojos. Con un movimiento casi más veloz que el del ratón, Theodoric se apoderó de la manta y rodeó su desnudo cuerpo hasta el mentón con sus amplios pliegues, y se desmoronó luego en el rincón más alejado del compartimento. La sangre le corría y le latía por las venas del cuello y la frente, mientras esperaba atontado oír la campana de alarma que, sin duda, su compañera de viaje haría sonar, al confundirle con un atacante sexual. La señora, sin embargo se contentó con mirar en silencio a tan extrañamente trajeado compañero. ¿Cuánto habría visto, se preguntaba Theodoric, y, en todo caso, qué pensaría de su presente condición?

-Creo que he pescado un buen resfriado -aventuró desesperado.

-Realmente lo siento -replicó ella-. Le estaba por pedir que me abriera la ventanilla.

-Me figuro que es malaria -añadió con un ligero castañeteo en los dientes, provocado tanto por el miedo que sentía como por el deseo de prestar apoyo a su teoría.

-Tengo algo de Brandy en el bolso, si tiene usted la bondad de alcanzármelo -dijo su compañera.

-Ni por todo el oro... quiero decir, nunca tomo nada para prevenirla -le aseguró con seriedad.

-Supongo que la pescó en los Trópicos.

Theodoric, cuya relación con los Trópicos se limitaba a una caja de té que un tío suyo residente en Ceilán le obsequiaba anualmente, sintió que también la malaria le abandonaba. ¿Sería posible, se preguntó, ir revelando poco a poco la verdadera situación?

-¿Les teme usted a los ratones? -aventuró enrojeciendo más aún, si fuera posible.

-No, a no ser que se presenten en cantidades, como los que devoraron al obispo Hatto. ¿Por qué lo pregunta?

-Sólo hace un instante tenía uno que me andaba por dentro de la ropa -dijo Theodoric con una voz que apenas parecía la suya-. Fue una situación sumamente incómoda.

-Debió haberlo sido, si usa usted ropas ajustadas, aunque los ratones tienen ideas muy extrañas sobre la comodidad -observó ella.

-Me la tuve que quitar mientras usted dormía -continuó él; luego, tragando saliva, agregó: -Al tratar de deshacerme de él llegué a... a esto.

-Despojarse de un pequeño ratón con seguridad no provoca resfriados -exclamó ella con una ligereza que Theodoric juzgó abominable.

Evidentemente había detectado su desdicha y estaba gozando de su confusión. Toda la sangre de su cuerpo pareció concentrarse para manifestar su rubor, y una agónica humillación, peor que mil ratones, le recorría el alma de arriba abajo.

Con cada minuto que pasaba, el tren iba acercándose cada vez más a la atestada y agitada estación terminal donde docenas de ojos inquisidores reemplazarían al paralizante par que lo contemplaba desde el rincón más alejado del compartimento. Había una minúscula y desesperada oportunidad que los pocos minutos siguientes debían decidir. Su compañera de viaje podría sumirse en un bendito sueño. Pero los minutos pasaban y junto a ellos la oportunidad. La mirada furtiva que Theodoric echaba de vez en cuando a su compañera de viaje, sólo descubría una alerta vigilia.

-Creo que debemos estar cerca ya -observó ella al cabo de un momento.

Theodoric ya había notado con creciente terror los grupos recurrentes de pequeñas y feas viviendas que anunciaban el fin del viaje. Las palabras actuaron como señal. Como una bestia acosada que abandona el refugio y como loca se lanza en busca de una nueva y momentánea protección, arrojó a un lado su manta y luchó frenéticamente con sus desordenadas ropas. Era consciente de las tristes estaciones suburbanas que desfilaban delante de la ventanilla, de una abrumadora sensación de martilleo en la garganta y el corazón y de un silencio glacial proveniente de ese rincón del compartimento que no osaba mirar. Luego, al volver a sentarse, vestido y casi delirante, el tren fue disminuyendo la velocidad de su marcha hasta el alto final. Y la mujer habló:

-¿Tendría la amabilidad de llamar a un mozo de carga para que me acompañe a un coche? Es una vergüenza molestarlo sintiéndose usted mal, pero cuando una es ciega se encuentra tan desamparada en una estación de ferrocarril....

Actividades

1.- Resume brevemente el argumento.
2.- Haz una lista con las palabras que desconozcas y búscalas en el diccionario.
3.- Señala los elementos del texto narrativo.
4.-¿Qué opinión te merece el protagonista y por qué? 


1.-¿Qué es la comunicación? ¿Cuáles son sus elementos?

Fuente: https://sites.google.com/site/entornoalalengua2eso/


La comunicación es el intercambio de información entre un receptor y un emisor, a través de un canal mediante un código y dentro de un contexto o situación comunicativa.
Si tienes alguna duda, puedes echar una ojeada al siguiente vídeo:




Y MUY IMPORTANTE: Para que se produzca la comunicación tienen que estar presentes TODOS y cada uno de los elementos mencionados. Sin embargo, está claro que, en ocasiones, aunque nos digan exactamente lo mismo, no todas las personas lo interpretamos de la misma manera:


2.- LAS FUNCIONES DEL LENGUAJE

En la vida cotidiana empleamos el lenguaje verbal con diferentes finalidades: para informar, para expresar nuestros sentimientos, para llamar la atención a alguien, etc. A estas distintas finalidades con las que utilizamos el lenguaje es a lo que se le denomina funciones del lenguaje.

Cada una de las funciones está orientada a un elemento de la comunicación y tiene unas características determinadas. Lo verás con claridad en el siguiente esquema:

A.- Ejercicios para imprimir
B.-Fragmento de Pomelo y limón, de Begoña Oro. Actividades de repaso de las funciones del lenguaje y los elementos de la comunicación

El texto


1.- Definición
Antes de empezar a elaborar un texto o discurso1, lo primero que necesitamos saber es qué es y en qué consiste. Para ello, es muy importante tener claro que todo texto se entiende como  una unidad comunicativa, oral o escrita, independiente y dotada de sentido completo, es decir, se trata de uno o varios enunciados que funcionan conjuntamente y que tienen un propósito comunicativo. Es en el contexto de una situación determinada entre dos o más hablantes de una lengua cuando hablamos de textos. Aunque la extensión de un texto es variable, siempre presentará una estructura organizada.

2.- Propiedades de los textos

Un texto oral o escrito, aunque sea breve, debe tener una serie de propiedades o características. 
Dichas propiedades textuales son la coherencia, la cohesión y la adecuación. Además, el texto ha de someterse a la necesaria corrección lingüística (tanto ortográfica como gramatical) y, en el caso de que sea un texto escrito, ha de poseer también a una serie de características que afectan a su apariencia externa.
Aquí tienes la información más importante en forma de esquema:


Podemos ver las propiedades de los textos con más detalle en este enlace.

Ejercicios y teoría para imprimir


3.- Tipos de textos

La tarea de clasificar la gran cantidad de los textos existentes, tanto orales como escritos, es un tanto compleja ya que en ella intervienen múltiples factores. De ahí que no exista una clasificación única ni unánimemente aceptada por todos. En cualquier caso, es bastante habitual tener en cuenta, entre otros, los siguientes criterios a la hora de estudiar los diferentes tipos de textos: 


3.1.- Según su modalidad textual

Vivimos rodeados de textos (anuncios, avisos, e-mails,whatsappstuits…), cada uno de los cuales presenta sus propias peculiaridades y unos rasgos lingüísticos que le son propios. 

Son muchas las clasificaciones que se pueden hacer de los textos. Una de las más habituales es diferenciarlos según su modalidad o tipología, lo que da pie a que hablemos de cinco tipos de textos: narrativos, descriptivos, dialogados, expositivos y argumentativos. 
  • TEXTOS NARRATIVOS. Son aquellos en los que se relatan hechos, reales o imaginarios, que les suceden a unos personajes en un espacio y en un tiempo determinados. Suelen presentar la siguiente estructura: planteamiento, nudo y desenlace. Ejemplos: 
    • Textos narrativos orales: canciones, chistes...
    • Textos narrativos escritos: cuentos, novelas, fábulas, leyendas, romances, noticias periodísticas, biografías, cómics...
  • TEXTOS DESCRIPTIVOS. Sirven para explicar cómo es una persona, un animal, un objeto o un lugar. De ahí que se haya definido la descripción como una pintura hecha con palabras. Su estructura es variable. Ejemplos: 
    • Textos descriptivos orales: algunas letras de canciones, retratos orales...
    • Textos descriptivos escritos: folletos turísticos, retratos, autorretratos..
                                                                 

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